viernes, 1 de marzo de 2013

Lo mejor de lo invisible a los ojos.

He llegado a la conclusión de que tal vez, solo tal vez, (y a veces), te trato como si fueras un bizcocho. Disfruto saboreando la cobertura de chocolate que empapa la superficie, y voy descendiendo hasta llegar al final, a esa capa recocida que no suele gustar tanto. Allí se acumulan las virutas de naranja que parecían pequeñas medias sonrisas nada más echarlas junto con la levadura. Y yo las voy quitando, una a una, sin dejar rastro de ellas. Como si fueran innecesarias en mi paladar, solo por el hecho de que permanecen casi invisibles a mis miopes ojos. Porque para llegar a verlas tengo que prestar mucha atención, y eso me adormece.

He pensado que quizás esté haciendo lo mismo contigo. Que estos últimos meses me han enseñado a arañar el exterior, a sacar jugo de una simple apariencia, a dejar ir todo lo que lleve detrás esa pincelada de genes, esa cobertura genial de chocolate. Y me da la sensación de que tal vez, solo tal vez, me esté perdiendo lo mejor de ti.

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