martes, 14 de julio de 2015

De lo raro que es vivir y lo normal de la vida.

Esta mañana un chico leía en el parque. Una parte de mí no ha podido evitar generar un posible acercamiento para preguntar por el título, si le estaba gustando, qué fragmentos le habían hecho pensar. La otra parte -¿racional?- ha sido rápida en negar la movilidad de mis pies. Resultaría extraño. Va a pensar que te aburres mucho. ¿Es que no tienes vida o qué? (Menos mal que el monólogo solo es ofrecimiento literario posterior). Catapulté este último a la validez de lo inamovible: el miedo. He reflexionado entonces acerca del significado de extraño...

¿Qué entendemos por extraño? ¿Lo desconocido? ¿Supone una muerte inherente acercarse al prójimo por la ensordecedora curiosidad de un detalle que ha captado tu atención? (Algunos sufrimos este problema).  

Los turistas preguntan la situación de una calle. En la cola para entrar a cierto museo el decimoquinto bromea con el anterior, y el que le sucede. Quien no lleva reloj -bendición- pregunta por la hora a cualquier viandante. La cajera, novelista por la noche, consulta qué método de pago prefieres. Aquel señor de melena humedecida silba mientras el perro busca la forma de ganarse el cariño de su amo.

Dos adolescentes acaban de hacerse amigas al descubrir que no son tan malas como algunos cuervos decían. El coleccionista de sellos decide comprar sobres. Algunos se casan y otros mueren menos jóvenes. El amor, -este si que es raro- se enamora una vez y se equivoca. Y a la siguiente no es amor. Y la próxima supongo que no te la esperas.

Woody Allen dirige películas. El miope lleva gafas. Cuando no, usa lentillas. Cuando ambas fallan, toca enfocar.

El escritor escribe. Reescribe. Vuelve a escribir. Escribe cosas buenas y malas. Muy malas. Pésimas. Es un tipo extraño el escritor este. Las novelas abrazan a la vida y sin embargo nunca es suficiente. Siempre aparece el personaje desubicado, boquiabierto, a esperas de que la nieve llueva en verano.

-Mira ese, -me dice una amiga- por la forma de andar diría que no es de aquí.

Y es que al conocimiento se le escapan muchas cosas. Se le olvidan las preguntas, se le olvida preguntar. Conocer es acercarse. Para conocer se debe indagar. Mirar a los ojos y cavar hacia adentro. Guardar las llaves en el bolsillo roto, escuchar. Acariciar la aspereza de un encuentro fortuito.
Apuesto a que menos cosas se soltarían entonces en pleno vuelo. 

Pero oigan, a mí ni caso.  
(Sed felices)


1 comentario:

  1. Llevas mucha razón, nos puede el temor a la curiosidad y debería ser totalmente al revés.
    Gracias por compartir la entrada ^^

    ResponderEliminar

Yo te digo dime , y tú me dices...