lunes, 9 de julio de 2012

Fugitivos.

¿Qué queréis que os diga? Ella es tan culpable como yo. Aquella insípida mañana del 97, sacó la botella de whisky de algún recóndito escondite de su bata ennegrecida. El sol arañaba nuestros párpados y las ganas de salir huyendo aumentaban. El cielo quedaba rasgado por la fuerte estructura de aquella cárcel sin salida, hasta ese momento. Apenas a cincuenta metros de aquel vendaval de emociones incontenidas, unos cuantos chivos expiatorios querrían darnos caza. No nos dimos cuenta, o no quisimos. Hierba fresca, alcohol hirviendo en las venas, una libertad insoportablemente inexistente... Aquello era una pequeña vida de cinco minutos escasos. Un trayecto de la celda a la adrenalina, de un guarda sometido a dos locos intransigentes a un prado muerto de sensaciones veraniegas. Un bonito cuadro de algo que, probablemente, no volviese a suceder.

- ¿Qué crees que harán con nosotros cuando nos pillen?

Aquella frase sonaba divertida detrás de unos labios derretidos por el calor. Un mechón blanquecino bailó tras su oreja. Le miré, me miró. ¿Qué estaba dispuesto a hacer por amor?

- Quién sabe, quizás consideren que somos demasiado conflictivos para dejarnos morir en una jaula de perros. O quizás...

- O quizás un día te des cuenta de las atrocidades que puedes llegar a hacer por mí.

Una sonrisa tan agridulce y delicada como un caramelo se mecía en su rostro. Algún día...

- Es igual. Tampoco podrías librarte de tu locura tan fácilmente. Mírame, soy adorable.

¿La odié en ese instante? No pude... Me contuve y pensé para mis adentros que de esto trataba. La locura del amor... o de lo que no es, pero parece.

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