martes, 24 de julio de 2012

Fervientes adolescentes.

Llegué tarde. El coche hervía de nervios y una niña de catorce años gruñía, a la vez que forcejeaba con el contacto y sus llaves, ya listo para iniciar un recorrido en marcha. Tal suceso me había pillado en bata, recién salida de la ducha, y solo atisbé a calzarme las zapatillas de estar por casa y abrir los ojos lo más que pude, para cerciorarme de que tal escena se estaba desarrollando en mi jardín. Más concretamente, en mi coche. Y lo que es peor aún, intentando ser conducido por una adolescente. Sabía que, últimamente, las nuevas tecnologías se estaban encargando de dejar las cabezas un poco idas de más pero, ¿hasta este punto?

- ¡Eh! ¿Se puede saber que estás haciendo con mi coche?,- fueron las únicas palabras que salieron a toda velocidad desde mi fuero interno, mientras corría de forma suicida para colocarme delante del capó.

Parece que surtió efecto, porque la chica, que aún temblaba de manera exagerada, se detuvó en seco. Dudó en bajar, pero segundos después ya la tenía en frente. Un sudor frío le recorría a mares las manos, las mismas que me devolvieron mis preciadas llaves. Entonces, intentando averiguar algo sobre su repentina fuga, la examiné. Aquella chica no tenía pinta de ser una delinquente: vestía unas mayas azules y una camiseta ochentera, y el pelo le bailaba en ondas sobre sus hombros. Un gesto torcido sobre sus ojos me hizo cerciorarme de que, sin duda alguna, había estado llorando. Permaneció impasible durantre los cinco segundos restantes que me quedaban para romper ese chamuscado silencio que se interponía entre las dos.

- ¿No tienes nada que decir, jovencita?,- de repente me sentía extrañamente maternal en una situación como aquella.

- Sí... ¿tiene un cigarro?

Veinte minutos después de aquel accidente, la chica sin identidad resultó ser un alma medio perdida que buscaba huir de su pueblo. Tan solo vivía a veinte metros de mi casa, con una familia normal... supongo.

- Mire, usted no lo entiende, pero al final, un año tras otro se te queda estancado en la piel, y decides que la única solución es salir corriendo,- la chica ochentera fumaba a contrarreloj.

- ¿Tan mal te va? Quiero decir... ¡solo tienes catorce años! No creo que sea justo sacar juicios de una vida que, en tu caso, ni siquiera ha empezado. Además... dentro de una década se te olvidarán la mitad de las cosas, y tus peores males solo serán una milésima parte de tu historia. ¿No estás de acuerdo?

Los ojos azules tintinearon, vagando del suelo a mí, y viceversa. Definitivamente, había algo que se me escapaba de las manos. Cuando quise averiguar de que se trataba, sus zapatillas oscuras ya estaban en pie, cigarrillo pisoteado.

- Mire... yo solo quería un soplido de libertad. Hubiese sido una hora escasa conduciendo su chevrolet rojo, se lo aseguro.

Aligeró el paso y la ví desaparecer tras una puerta.

¿Solo ansiaba escudriñar la libertad? Me pregunto en qué momento de mi vida dejé de lado esa suerte.

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