viernes, 9 de noviembre de 2012

Rompe-caparazones.

- Voy a romper tu caparazón.

Es lo primero que dije al sentarnos en aquel banco cubierto de un acaramelado barniz, un brillo que invitaba con facilidad a tomar asiento, a respirar aire recién nacido y contemplar la amontonada hilera de árboles que se escapaban de nuestras manos. No pensar, no tomar decisiones alteradas...

En nuestro corto trayecto de relajación, decidimos calificar aquellos últimos meses como indomables y perseverantes, y que, según nuestras sospechas inducidas, habían sido colocados de manera malévola en nuestro calendario, solo para hacernos caer en nuestras propias enajenaciones mentales. Las que el mundo te obliga a vestir sin rechistar, las que impones tú mismo por pensar que no vales lo suficiente como para poner en marcha tu querido proyecto de felicidad.

Es terrible cómo el miedo puede llegar a paralizarnos, dejándonos sin alternativas para hacer lo que nosotros queramos, para idear planes a nuestro gusto. Así, también observamos que sería una buena idea colocar al miedo junto a ese saco de tristezas voraces. Atarlo con un doble nudo fue una de las mejores cosas que se nos habían ocurrido en este largo tiempo: a veces, mejor tarde que nunca, ¿no?

- ¿Y qué pasará con los pedazos que queden de él? ¿Construiremos uno nuevo? ¿Recrearemos el espíritu del temor con los encantos que surjan de su destrozo?

- Algo mucho mejor: los bañaremos en chocolate, y mientras ellos van cayendo despacito en nuestro estómago, tú y yo visualizaremos un futuro nuevo. Uno sin caparazones, sin amantes del 'qué dirán' y sin monstruos hechos a mano que nos atormenten.

Desplegaste ese abanico de sonrisas, ese que al final tuve que convertir en mío también. Y la chispa de vida que desde un principio habías guardado bajo llave, volvió a darte la mano.

- Tú y yo vamos a ser grandes... ¡te lo digo yo!
- No digas grandes... ¡mejor di libres!

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