Un día se cansó. Quedó harta de la falta de fascinación que habitaba en su vida. Se mostró reacia a seguir, por tiempo indefinido, en la misma ciudad de siempre. Las mismas caras lavadas, las mismas manos llenas de conceptos baratos sobre la vida, los mismos cereales para desayunar.
Cuando uno se levanta cada mañana, se cepilla el pelo con la sórdida esperanza de poder volver a dormir y soñar, y entonces cae en la cuenta. 'Hoy es sábado y estoy viva'. Y podía repetirse la misma idea cada mañana, o coger una bici y desaparecer en el espacio de unas cuatro horas. A punta de reloj.
Las niñas no la echarían de menos. No demasiado. Ellas permanecerían absueltas hasta las once. Seguramente la menor de las dos despertaría primero. El sol estival, el calor emancipado de una casa, el silencio del exprimidor que, ciertamente, no suena. Esa sería la primera alarma. A continuación, con un sonido de pies chocante, despertaría a su hermana mayor. Seguro que ella sabría cómo lidiar con la soledad de un abrazo despertador que no llega. Por mucho que griten su nombre y rebusquen en el jardín, en cada piedra, en la caseta del perro, de poco les serviría.
Pero no habría por qué dejarse llevar por el pánico. Mamá estaría de vuelta para la hora de comer. Ese pollo en salsa no iba a hacerse solo. Un cadáver medio desecho no resultaría tan difícil de esconder.
Uuuuuauuuu tremenda historia. Apasionante.
ResponderEliminar¡Gracias!
EliminarMe ha gustado la historia. Ánimo y no dejes de escribir ^^
ResponderEliminarGracias, y lo mismo te digo.
EliminarPlantéate publicar. En serio.
ResponderEliminarMe encanta, escribes muy bien, de verdad
ResponderEliminarun besito
¡Gracias por pasarte, Mariola!
Eliminar