La niña del vestido amarillo rodó, convirtiéndose en cada espacio que sus manos reconocían como escondite. Pero ningún hueco era suficiente, pues siempre acababa por ser descubierta. No había nada mejor que aquellos segundos de espera, cuando, con los ojos cerrados, solo podía imaginarse redonda, oscura e invisible, en un espacio de tiempo en el que solo se oía su respiración. No sabía qué mano, derecha o izquierda, la golpearía en el hombro, como un pellizco de realidad poco amable. Si la luz aportaría una tonalidad más clara a los ojos del cazador, o seguirían siendo del mismo marrón intenso.
- Te toca.
Algo la llamó desde arriba. Levantó la cabeza sin demasiada prisa, observando sus pies desnudos. Era un acto reflejo que ponía en práctica cada vez que caminaba por la calle. Le asustaba la idea de llegar a conectar con algún extraño, creando un vínculo secreto, agudo, que solo ellos dos reconociesen aún cuando dormían. Pocas veces se había atrevido a tomar a alguien de su mano, pues sabía que cuando lo hiciese, sería para no soltarla nunca. O muy despacio.
Sopesó la idea de echar a correr, no vacilar. Deseó ser incorpórea, para no tener que enfrentarse con lo que siempre había sabido, temido y guardado. 'Estaré bien mientras que no lo mire a los ojos', pensó con fuerza.
Años más tarde, se dejó alcanzar.