lunes, 22 de julio de 2013

Casualidades.

-¿No me digas?

Descorché la última botella de champán frío que descansaba sobre el botellero. No cabía en su asombro de lo que acababa de escuchar. ¿Tan patético sonaba en voz alta?

-Déjame adivinar... Resulta que luego te invitó a dar un paseo volviendo hacia su casa. Y esa noche hacía un frío terrible. Pero claro, su coche estaba averiado porque, horas atrás, el motor había dicho 'hasta aquí hemos llegado'. Y viéndolo desde ese ángulo... ¡vaya por Dios! Si no hubiese sido por esa distracción, ni te hubiese conocido... De locos.

En eso no le faltaba razón. ¿Cuándo se equivocaba una amiga después de encontrarse demasiado sincera por efecto del alcohol? Son cosas que no fallan nunca, así que no podría decirme lo que quizás estaba deseando oír.

-Pero mira, voy a decirte una cosa: no es el destino. Son casualidades,-bebió un sorbito- El destino, o lo que yo llamo distracción, no te sirve el pastel en bandeja. Te ofrece un plato, roto, uno que puedes elegir dejarlo como está o arreglarlo. En la mayoría de los casos, escogemos la segunda opción, y nos decantamos por hacer un mísero esfuerzo, que nosotros acusamos de enormidad, y vamos en busca del pegamento. Y después de haber dado con él, decimos, ¡eureka! Y se nos aparece Einstein dando palmas sobre nosotros mismos. Pero lo que nunca te contaron, es que el plato, una vez roto, nunca llega a reconstruirse del todo. Siempre falta algún pedazo que se perdió de camino al suelo. Algún cristal que se esconde mejor que los mentirosos, y que es muy difícil de encontrar. A no ser que dispongas de una vista de lince durante toda tu vida...

¿Tendría que dejar de servirle champán?

-Por eso, cuando conoces a alguien en un sitio determinado, a cualquier hora de reloj, de noche o de día, paseando al perro, en el entierro de su vecina la toxicómana, o de esa ex novia que era adicta al café, o tomando nota de la matrícula de tu scooter para denunciarte... Siempre pensamos, ¡Dios mío! ¡El universo me quiere hacer un hijo! Porque en ese momento, estás tan equívocamente segura de que es así, de que por fin, tras varios meses conjeturando acerca de por qué tu jefe te tiene manía, o qué es lo que pasa que todo sucede en la vida de los demás, menos en la tuya, que nos lanzamos. Tenemos el plato perfecto, pensamos. Cuando todos, desde ese tío que no para de soltar piropos a la primera que pasa por debajo de su balcón, hasta el Mr.Darcy que te acompañó ayer a su portal, son platos rotos. Estamos jodidamente agachados por el suelo, inquiriendo una y otra vez dónde estará el pegamento. O la cinta adhesiva, lo que sea que nos devuelva de una pieza al mundo, otra vez.

Definitivamente, se acababa el champán por aquella noche.

-Lo bonito de los platos rotos, es que siempre puedes ir a recogerlos. Recolectar con el máximo cuidado la de palos a los que le hayan sometido. Y si eres bueno en tu búsqueda, si te interesa de verdad lo que estás haciendo por esa persona, el plato dejará de estar tan roto. Se dará cuenta de que siempre hay alguien por ahí por quien merece la pena recomponerse, pudiendo caer otra vez.

Hice un mohín de recelo. Con lo fácil que lo resumía la palabra destino sin tener que llegar a ser Aristóteles para darle juicio.

-¿Sabes? Nunca está mal ir en busca de los fragmentos... si sabes mantener la mente fría y diferenciar quién va a estar ahí después del abismo, y quién no. Luego, ya habrá tiempo de preocuparse por la caída,-guiñó un ojo.

-¿El pastel?

-Con grandes trozos de chocolate.


Canción: LDN, Lily Allen

2 comentarios:

  1. Sea o no sea el destino y lo llamemos de esa forma o de otra, es un relato interesante. Me ha gustado.
    Un saludo :)

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    1. Siempre he sentido alguna especie de debilidad por esa ''incógnita'' nombrada como casualidad o destino. Aunque para mí, casualidad es más bonita que la palabra destino. Digamos que son como trenes que no esperas, y que te toca subirte en ellos sí o sí.

      Gracias por pasarte, un saludo :)

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