Julie tiene veinticuatro. Y unas medias rotas, encasilladas. Con agujeros. Y esos agujeros no se los hice yo, ni sus uñas de manicura barata. Tampoco el gato que se esconde de los vecinos agrios, detrás del contenedor.
La curiosidad me desayunó una mañana aún sin vestir, y no pude más que saciarla con cruasanes de palabras, recién salido de la ducha. Me atropelló al momento, sin calcetines, con ganas de comerme todo menos la ironía que saltaba con zapatos de claqué. Danzaba la duda, el hambre, el gusano curioso.
Yo pregunté. Ella deshizo.
Julie tiene veinticuatro años. Y un nombre francés, y una jerarquía que es de todo menos conservadora. Sus medias están rotas, y hasta que no llegué a conocerla, no supe a qué se debía.
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