Te colocabas y no era de sábanas, de aire, incluso de saliva temprana
Te quedabas quieto en una esquina, y no había quien soltara las horas
Las persianas se humedecían de calor tierno, del que cala en soledad
Una tarde podía ser mañana, el Sol ni siquiera abrigaba del porvenir
No salíamos, no
quedábamos para merendar(nos)
silencio,
dudas,
miedos,
galletas (sin pepitas de chocolate)
Las pupilas eran la mejor compañía de un sábado inquieto,
y los vecinos muérdago con el que sembrar pánico por las paredes,
aunque no fuera época de equilibrio estival
Me temblaban pulso, existencia y brío
hasta consultar con las páginas de tu marcha escueta y,
de portazo y caminos a rastras,
descubrí que la cura era yo misma,
si lograba despedirme de tu ajuar de palabras moñas,
con la embriaguez de un lunes a las ocho para ahogarse en café,
y salvavidas de extraños bebiendo fin de semana a sorbitos
Suerte que no me atraganté,
y llegué reptando
hasta un menos quejicoso septiembre
(Des)hice las maletas y encontré más trabajo,
papeles sucios que romper,
razones para pedalear,
pues pelear ya no entraba entre mis planes
Los escombros se repartieron las alegrías
y comencé a reírme para mis adentros,
por si acaso en voz alta parecía una crueldad
por eso de que los funerales, mejor en silencio
No encontré una escoba,
y esperé de buenas a que saliera en mi busca una bruja salubre
y me llevase de fiesta
por calles que ya conocía,
pero que me la traían floja si no contaba contigo,
sin dedos de manos ni pies
más fríos que los ya detenidos almendros,
bajo una sábana pícara,
que solo nos vio mentir
Más de una horquilla naufragó por el suelo,
y que yo recuerde,
ni me importó entonces ser montaña de absurdos,
ni ahora lo pienso más de lo debido
Te colocabas y no era de sábanas
ni de poesía mal versada,
sin filtrar,
tampoco fotos de antiguas musas descoloridas
Te inyectabas de vida,
y sé que el pulso de media hora sin calibre de éxtasis
no te lo producía yo
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