Y la sorna de la felicidad brotó de la nada, como una brizna verde que se adelanta al aderezo de sol en primavera. Fue como al despertar una cruda mañana sin calefacción, en medio de la habitación más fría de la casa, y decir:
-¡Bienvenida! Pasaba por este mundo y no podía cometer el error de dejarte marchar.
Y ese, creo, fue el primero de todos los sucesivos días en que decidí volver a brillar.
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