Día I, 20:00h de la tarde
Las paredes de los hospitales son blancas. Y la luz roja e inquieta. Algunos rayos quedan secuestrados por las persianas en un intento vano por personificarse. Un centro comercial hace de puente a la derecha del pabellón. La idea de una constante agitación de murmuros y vitales monitorizadas, colindando con un edificio especulativo, me parece frívola y taimada.
Me han guiado hasta la planta de neurología, habitación 414. Es capicúa, el número uno está pintado con típex. Mi padre es suero y un líquido muy naranja. Respira profundo, un calor abusivo resbala por sus mejillas. Sus facciones están cerradas, tiene un aspecto pacífico que acuso al sueño. A veces se mueve, busca mi mano. Otras solo duerme. Aprieto mis nudillos internos y le miro respirar.
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