Había radiografías colgadas en cada pared. Lilas e impertinentes, con tumores de diversos tamaños y naturaleza. Pequeños y atroces, extensos y huidizos. Se filtraban entre el naranja rancio de la situación. Pasaban desapercibidos por paulatina desobediencia. 'Huid', les gritaba. Pero no lo suficientemente fuerte.
En la sala contigua una chica permitía descontrolar su paciencia a base de un repiqueteo imposible de pies. Un poco molesto si llegabas a diferenciar su deseo por salir corriendo. Como eso no era posible, corrió mentalmente. Supongo.
Entonces me acordé de cuando jugaba con mi madre a no pisar las líneas de cada baldosa, y del miedo atroz que me producía la idea de bostezar en alguna, y caer. Y eso me llevó a preguntarme qué clase de cáncer estaría incordiando a la chica. Con un poco de curiosidad menos inocente, volví a entornar los ojos y mirar. Y entonces vi.
Tenía un pelo precioso capaz de provocar envidia en cualquier mujer huraña. Un párpado abierto por el cansancio, otro cerrado a la imaginación. Una boca similar a un candado, una mente donde quizás aguardara la llave. Algo muy particular y quizás exclusivo, porque en otras rarezas solo había adivinado a encontrar interruptores. Predecibles y aburridos.
Cuando iba a desmenuzar su jersey de pico, que daba volteretas hasta su estómago, lleno de arañazos circulares, sonó su voz.
Es difícil saber si desconoce lo viva que está. O si ha notado el ángulo contrario al de sus mejillas, un poco más persuasivo que su costado. Aún no muy vacío. Levemente asmático.
He recordado la frase de 'morir dejando un cadáver bonito'. Seguramente el autor no era realmente consciente de lo que es estar muriéndose. Y morir.
Los ojos de la chica aún respiraban.
Si los ojos respiran y el alma tiene ganas la vida puede , debe ganar
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